Manos


Sabes que te visito con frecuencia, mañana volveré a hacerlo. La paz que encuentro en ti no es comparable a ninguna otra; siempre fue así. Tu experiencia, tu vida… son tan curiosas como ejemplares y a mí, a todos nosotros, nos han marcado.

Son muchos momentos, muchas situaciones las que recuerdo contigo y debieron ser más pero así es la vida, ¿verdad? Sin parecer quererlo, pero con toda la intención del mundo, supiste enseñarnos esa forma tan peculiar de entender las cosas. No es que sea peculiar por sí misma, es la manera de ver y hacer de la mayoría la que hace que tu ejemplo, tu “metodología” sea tan singular como valorada por todos nosotros.

Tu lucha constante, tu tesón, honradez, perseverancia y sobre todo tu sinceridad, te convierten en una persona única. ¡Cuánto valoro tu sinceridad, padre! Sí, lo sé, al igual que tú percibo lo complicado que es en muchas ocasiones decir lo que uno piensa, lo que uno siente, pero de todos los caminos es el que he elegido, así que toca aprender de ti, de tu ejemplo y tenerlo siempre presente.

Siempre decidiste, siempre tuviste la voluntad de mejorar lo que era inmejorable, superarte, vivir y dejar vivir, un concepto demasiado “moderno” aún para la mayoría y para el que se necesita una fuerza de voluntad y una conciencia inquebrantable. Y en eso ando, padre, en intentar mejorarme, día a día; no hay mayor lucha y desafío que el explorarme, adentrarme en esa parte que todos tenemos y que nadie ve. Como le decía a una persona con la que he conversado mucho, “…es ese sitio que sabemos que existe pero que no sabemos bien dónde está…”

Tú te adentraste en él y supiste reconocerte, lo decía tu mirada cuando todos estábamos allí y parecías ausente. Estabas contigo, con tus pensamientos, con tu balanza, haciendo recuento y construyendo un “yo” que será irrepetible. Tus manos materializaban lo que tú eres, inquieto y a la vez paciente, curioso, ingenioso, habilidoso, tremendamente resolutivo… genial.

Siempre me llamaron la atención tus manos, la piel quebrada, resultado de no parar en tu empeño de hacer realidad aquello que pasaba por tu cabeza. Esas pequeñas manchitas que fueron aumentando con el paso de los años y las venas muy marcadas, encargándose de llenarlas de la fuerza que después imprimías a tu trabajo y el carácter con el que te expresabas, unas veces contundente y otras lleno de bondad.

Tu pulgar ayudaba a coger aquello que querías, agarrabas la vida como nadie hasta que lo insalvable también fue intangible, aunque tú y yo sabemos que ahora vives más que nunca.

El índice lo usabas para señalar el camino, con la firmeza que solo he visto en ti y sin dudar el sentido que tomabas… estoy en ello. Y lo mejor es que no lo empleabas para señalar a nadie, esa no era tu tarea, no era tu estilo, vivir no es eso y tú lo sabes.

Un gran corazón, no podía ser de otra forma, con el que completabas el círculo de aquellos a los que quieres, protegiéndolos, dando todo de ti, pero que no se cerraba a aquellos que te hicieron daño y a los que ya, hace mucho, perdonaste. En ocasiones me encuentro con ellos, pero esa es otra historia.

El anular solo pertenece a una persona. Ese no lo compartiste con nadie más. Sabes y quieres quererla como nadie pero en eso has visto que me llevas mucha ventaja, toda la del mundo y por mucho que me empeñe ya no tengo remedio. Ahí no podré ni tan siquiera acercarme a ti; he fallado.

El pequeñín lo reservabas para ti, no se me olvida que es el “dedo de pensar”. Cuando lo apoyabas en la frente todos sabíamos que la “locomotora” estaba en marcha y por difícil que fuese el problema sabías encontrar la solución.

Mis manos se empiezan a parecer a las tuyas. Van pasando años y eso nos ocurre a todos, me hago mayor. Cuando las miro te haces presente , todos los días, casi como si pudiera tocarte. Se parecen mucho, mucho a las tuyas, pero el resultado de lo que sale de ellas es muy diferente. Pongo mi empeño en que no solo se asemejen en apariencia, también en las cosas que consiguen y en la forma de hacerlas. Tú tienes manos de una gran persona, ejemplar marido, maravilloso padre y gran artista. Las mías… aún es pronto para saberlo, pero a la vez es tarde. Quizás deban hablarme dentro de un tiempo y contarme cómo han sido, como hago yo ahora contigo, porque no alcanzo aún a saberlo y dudo que lo consiga a tiempo.

Pero tengo el ejemplo, el estímulo y la mejor de las compañías para agarrar mi vida, señalar el camino, sentirme bien y que así se sientan conmigo y reflexionar los problemas como parte importante, necesaria y valiosa de la vida.

Tengo tus manos, ahora toca merecerlas.


Te echo de menos. Felicidades, padre.

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